Define la RAE el verbo etiquetar como “colocar etiquetas o marbetes, especialmente a un producto destinado a la venta”. Cualquier usuario activo y comprometido con las redes sociales te contará que es muy importante usar las etiquetas correctas en tus fotos, ya que tu visibilidad está íntimamente relacionada con el buen uso que hagas de ellas. La utilidad, por lo tanto, de dar un mensaje claro, cuando de etiquetar se trata, está más que demostrada.

Hace un tiempo explicamos la importancia del etiquetado nutricional en la alimentación, por lo que aprovechando que ya estamos concienciados de la importancia de mostrar cuánto azúcar contiene un alimento y de cómo de elegir el hashtag adecuado ¿qué te parece si conocemos las etiquetas ambientales?

Los consumidores somos cada vez más exigentes y declarar el comportamiento ambiental de los productos, es decir, diferenciarlos a través de etiquetas ambientales, puede ser una opción muy interesante. Actualmente existen tres tipos de eco-etiquetas (con su correspondiente norma ISO) que caracterizan tanto la naturaleza de la información que dan, como el nivel de responsabilidad del declarante sobre ella (y de momento no son trending topic).

Veamos cuáles son:

Tipo I: Eco-etiquetas. Son certificaciones ambientales que consideran el ciclo de vida del producto. Son voluntarias, multicriterio y verificadas por un tercer agente que autoriza su uso y garantiza la veracidad de la información dada. Uno de los sistemas más utilizados es el esquema Eco-label y entre la multitud de productos y servicios que se pueden etiquetar están, por ejemplo, los geles de ducha.

Tipo II: Autodeclaraciones ambientales. Proporcionan información sobre un único aspecto ambiental de una sola etapa del ciclo de vida del producto, por ejemplo, el círculo de Möbius. La emite el propio fabricante, sin verificación externa independiente, por lo que la información proporcionada es responsabilidad plena de quien saca el producto al mercado.

Tipo III. Declaraciones ambientales de producto (DAPs). Se definen como un conjunto de resultados ambientales, basados en el Análisis de Ciclo de Vida y agrupados en un informe normalizado disponible para consulta pública, que verifica el desempeño ambiental de un proceso / producto.

Ahora visualízate en el pasillo de un supermercado, con un producto eco-etiquetado en la mano, leyendo la frase “mejor para el medio ambiente” y en tu cabeza resonando una pregunta “¿quién ha verificado esto, el mismo que lo fabrica?”. Pues no. Etiquetar no está separado de generar controversia, lo sabemos, por eso aprovechamos para contaros que toda empresa que quiera conseguir una etiqueta tipo I o III debe seguir un proceso riguroso y exhaustivo, que implica una certificación que pide la realización de un Análisis de Ciclo de Vida a su proceso y un tercer agente que verifique los cálculos realizados. En ningún caso es arbitrario y evitar el green-washing es un compromiso tácito.

Te animamos a comprobarlo #pequeñosgestosgrandescambios.

Laura Pablos Lopez
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